El aceite de oliva y los faraones egipcios
La historia del olivo se pierde en los confines de la historia. Algunos documentos y también arqueológicas sostienen las primigenias más sólidas sobre la aparición del aceite de oliva en la época que corresponde al Antiguo Egipto. La representación de este árbol aparece en los sarcófagos de faraones egipcios. Está demostrado que el aceite en aquéllos tiempos no se utilizaba como alimento, sino como esencias aromáticas. Eran destinadas las frutas del olivo a convertirse en aceites sacramentales de los faraones en su otra vida.
Como ocurría generalmente con la plantación de la vid durante esta época, el olivo también se situaba cerca de un río, y nada mejor que hacerlo en el delta del Nilo, a un tiro de piedra de Alejandría. Pero el micro-clima que configuraba la zona egipcia, contra todo pronóstico, no era el mejor, lo que ofrecía un pingüe rendimiento en la cantidad y calidad de este líquido.
Hasta los dioses de la civilización egipcia llegaron a elevar a los altares este tema. A la diosa Isis, sus ciudadanos le asignaron el privilegio de enseñar a los humanos su cultivo. Algunos frescos del palacio de Cnosos, en los que aparecen diversas representaciones de olivos, ponen de manifiesto la adoración que los griegos tenían por éste.
Es cierto, que el consumo del líquido dependía en gran medida de la clase social. Las de más bajo rango, no lo consumía. Estaba destinado a las más pudientes. Lo empleaban como combustible para iluminar. También, como remedio medicinal y como óleo corporal, entre otras funciones.
La expansión del aceite de oliva a través de las diferentes generaciones y culturas del mundo, tuvo en los fenicios un bastión importante. En el año 1100 a.C lo introdujeron en España. No obstante, a pesar de la prematura implantación de éste, no fue hasta principios del siglo V cuando, tras la ocupación romana en Hispania, empieza la producción olivarera a tener una cierta importancia.
El médico, botánico y farmacólogo, Pedanio Dioscórides Anazarbeo, autor del principal manual de farmacopea durante la Edad Media y el Renacimiento, De Materia Médica, hace algunas menciones sobre las propiedades del aceite de oliva en sus libros, exaltando al onfacino, un aceite extraído de la aceituna no madura que resulta ser muy bueno para el estrés muscular.
Hipócrates, considerado por muchos autores el “padre” de la medicina, médico de la Antigua Grecia, dice que el aceite es muy indicado para la curación de ciertas heridas, así como analgésico de ciertas enfermedades dolorosas como puede ser la odinofagia, los malestares instestinales, las cefaleas y dolores musculares.
Con el paso del tiempo, las nuevas culturas contemporáneas llegaron al convencimiento de la importancia que ofrecía su uso en la alimentación. La estéril introducción llevada a cabo por los fenicios en un principio, más tarde se convirtió en España en una gran potencia mundial, llegando hasta la actualidad, que cuenta con una superficie de terreno plantado que se acerca a las 2,5 millones de hectáreas.
Este sector de nuestro país, que no solamente es una fuente de riqueza e ingresos, sino que se ha convertido en un modo de vida, ha abierto una ventana al oleoturismo, con sus rutas culinarias y denominaciones de origen. Cada día con más fuerza, este segmento del turismo está entendiéndose como una mancha de aceite (nunca mejor dicho).
Algunas zonas de España como Toledo, Sevilla, Córdoba, Jaén, Bajo Aragón y Cataluña, entre otras, están inmersas en su desarrollo y potenciación, siendo una industria cada vez más en auge. Baena, por ejemplo, organiza escapadas de dos o tres días para visitar alguna almazara de la localidad, o disfrutar aprendiendo de la cultura oleícola en su Museo del Aceite de Oliva, a la vez que degustar el singular dorado líquido.
Otra de las incontables propuestas que ofrecen las Comunidades Autónomas españolas, es la que presenta el pequeño y recuperado molino de Oliflix, situado en la población tarraconense de Flix, que elabora de una manera totalmente artesana el aceite con un sistema de primera presión en frío.
Enric Ribera Gabandé